Juan Carlos Abril nació el siete de enero de 1974 en Los Villares, provincia de Jaén. Licenciado en Filología Hispánica; Teoría de la Literatura y Literatura Comparada; y Filología Románica; actualmente prepara su tesis doctoral y es Becario de Investigación de FPU en el Departamento de Literatura Española de la Universidad de Granada. Ha residido dos años en Exeter, al sudoeste de Inglaterra. En 1996 consiguió el Premio Federico García Lorca con Un intruso nos somete, Granada, Universidad, 1997, reeditado en Castellón, Ellago, 2004; y en el año 2000 un accésit del Premio Adonáis con El laberinto azul, Madrid, Rialp, 2001; su tercer libro de poemas se titula Crisis, Valencia, Pre-Textos, 2007; y ha cuidado la edición de Copias rescatadas del natural, de José Manuel Caballero Bonald, Granada, Atrio, 2006. Ha traducido, junto a Stéphanie Ameri, obras de Pier Paolo Pasolini, Henri Michaux o Filippo Tommaso Marinetti. Forma parte de numerosas antologías, entre las que destacan 10 menos 30. La ruptura interior en la poesía de la experiencia, de Luis Antonio de Villena, Valencia, Pre-Textos, 1997; Yo es otro. Autorretratos de la nueva poesía, de Josep M. Rodríguez, Barcelona, DVD, 2001; o Veinticinco poetas españoles jóvenes, Madrid, Hiperión, 2003. También ha publicado crítica literaria y poemas en diversas revistas como La Estafeta del Viento, Litoral, El Maquinista de la Generación, Sibila, Revista Atlántica, Renacimiento, Clarín, Campo de Agramante, El fingidor, Texturas, Ultramar, Prima Littera, La página, La Poesía, Señor hidalgo, Cuadernos del Matemático, Númenor, Señales de humo, Istmo, Hélice, etc. Dirige asimismo la revista Paraíso.
-POESÍA:
Un intruso nos somete (1997, 2004).
El laberinto azul (2001).
Crisis (2007).
Edición de Copias rescatadas del natural, de José Manuel Caballero Bonald (2006), ensayo.
Traducción, introducción y notas de Los Indomables, de Filippo Tomasso Marinetti, en colaboración con Stéphanie Ameri (2007), novela.
1996: Premio Federico García Lorca de Poesía de la Universidad de Granada.
2000: Accésit del Premio Adonáis.
Últimamente considero que es mucho más importante el espacio que el tiempo en un poema, porque el espacio, de un modo u otro, abarca al tiempo, o quizá simplemente porque durante varias décadas la poesía de carácter temporal ha predominado sobre la espacial, o, incluso más, porque el tiempo es una de las determinaciones del logocentrismo monológico occidental que tanto detesto. No es una cuestión de forma sino de estructura, no una cuestión de semántica sino de sintaxis. Y esos bucles de la vida cotidiana, que son el lugar donde reside la poesía, lo que en realidad están creando son espacios paralelos, refugios donde resguardarse, claro, ya provistos de tiempo y de todas las coordenadas necesarias para formar el efecto de ilusión. Pero no siempre funciona, en este sentido, el efecto espacio-tiempo. En los sueños, sin llegar a ser surrealismo de lo que hablo, se ve claro: son espacios que conviven, y el tiempo, si acaso, es simultáneo, es una especie de no-tiempo. El eje cronotópico es un método estupendo para desenmascarar las coordenadas en las que se desenvuelve el antropocentrismo, en el que nos desenvolvemos, un paso importante en el análisis de nuestra sociedad, pero la verdadera ciencia es la topografía, y debemos mirar a través de los ojos de una estación total. La ciencia, sin embargo, también es insuficiente para explicar la poesía. La ciencia es sólo una aproximación al contenido, la poesía su continente.
Para entender esos trasvases de lo cotidiano a nuestro mundo personal y subjetivo sólo podemos recurrir a un proceso de racionalización profundo en el que se pongan en juego esos mismos mecanismos de racionalización, es decir las herramientas con las que trabajamos. Cuestionar nuestro método. No contemplar a la abeja y a la flor como entidades diferentes y pertenecientes a diversos ámbitos, sino colegirlos unidos, alimentándose mutuamente. Y el día a día pone en contacto estructuras mucho más complejas de lo que pensamos: nosotros mismos, nuestras relaciones sociales, la cultura… Así, la ironía, la comunicación intersubjetiva, el conocimiento intrasubjetivo y las necesidades expresivas, privadas o colectivas, hacen el resto. Un poeta debe indagar, creo, en su propia voz, no convertirse en alguien previsible. Un poema es un estado de ánimo, pero los estados de ánimo dependen de la historia. Los sentimientos también son históricos y asimismo nosotros somos seres históricos, seres sígnicos No sólo hay que tener en cuenta la poesía de la experiencia sino la experiencia de la poesía. La buena poesía no se debe a escuelas ni a corrientes ni a estilos.
(Mayo 2006 — Juan Carlos Abril).
ESPACIO
Llegas de cualquier sitio
y, elegido al azar,
sin mapas, sin señales,
el otro lado esconde la sorpresa
feliz y azul.
Entonces permanece la ruptura
intacta. Entonces fuera o dentro impide
su difusión.
El viaje trae un orden en cadena,
un movimiento ansioso que repite
su dispersa memoria:
ya nadie nos indica que el error
desconocido o su secreto
sirva robado y oprimido,
tiempo arenoso que se va.
Todo va a ser abandonado.
(De El laberinto azul, Madrid, Rialp, 2001, p. 35)
***
ESPACIO
Llegas a cualquier sitio
a través de un poema:
el mundo viaja solo, y tú también
en su infinita red de vanidades
te dejas arrastrar
por símbolos, deseos,
buscando su sabor
con recuerdos gastados.
No te canses. Tampoco insistas.
Para qué preocuparse.
Quien más quiere avanzar más retrocede
en este laberinto donde olvidas
el único color de los matices,
su frágil soledad difuminada,
y arrojas sus palabras al vacío
y al caos.
Nunca el caos, camino equivocado.
(De El laberinto azul, Madrid, Rialp, 2001, p. 53).
Antologías:
VILLENA, Luis Antonio de (1997): 10 menos 30. La ruptura interior en la poesía de la experiencia, Valencia, Pre-Textos.
RODRÍGUEZ, Josep M. (2001): Yo es otro. Autorretratos de la nueva poesía, Barcelona, DVD.
G. GARCÍA, Ariadna; LÓPEZ GALLEGO, Guillermo; y TATO, Álvaro, coords. (2003): Veinticinco poetas españoles jóvenes, Madrid, Hiperión.
Artículos:
ABRIL, Juan Carlos (2003): «Poesía y compromiso», en José Manuel Mariscal y Carlos Pardo, eds., Hace falta estar ciego. Poéticas del compromiso para el siglo XXI, Madrid, Visor, 2003, pp. 25-29.
ABRIL, Juan Carlos (2004): «Somos el tiempo que nos queda, de J. M. Caballero Bonald», en Campo de Agramante, n. 4, otoño, Jérez de la Frontera, Fundación Caballero Bonald, 2004, pp. 105-117.
-
Diseminación
Los poemas que nunca escribiré
se han convertido en humo
afirmativo y en volutas
que no desaparecen, se disuelven.
Blanco humo de las chimeneas
que contiene poemas de todos los colores.
De "Crisis", 2007
Don de la ingenuidad
Cuando regreses
a la ciudad verás las ilusiones
que madrugan con sus acentos
incapaces de desprenderse
del pasado, que ignoran
lo mismo que nosotros.
Tú ni siquiera sabes por qué vives,
cómo es posible limitar
la realidad de varias formas,
si es tuyo este deseo
en la utopía de los débiles,
rebeldes, nunca hermosos.
No dormirán las culpas hasta tarde
y en su espiral el ruido
con su dragón ajuglarado
bisbiseará un nuevo día:
Horarios imposibles,
beata actividad.
Contra ti mismo cuántas veces;
cuántos modos conoces
de hacerte daño.
Ya no quedan violines
y la melancolía de las fuentes
posee menos memoria
que sentido común.
He de explicarlo casi todo.
El tiempo, como un herpes, su sintaxis
sin posibilidad. Irás
pero no volverás.
Este país tiene la pata herida.
Yo quise destruirme
fregando platos,
dije lo que me apetecía.
En los desfiladeros
de mis eses,
con el afán
de principios de curso
superé mi propia rutina
y eliminé
lo que no soportaban.
Unos dicen que ha muerto,
otros que nunca morirá.
Aún así
te convences con poco.
Colono de una lengua
que hoy sigues recordando,
quiero reírme
de esas largas genealogías
mientras diseño aquí mi casa:
encinas y palmeras,
tamarindos,
palabras con descuento
e insistencia:
es tu virtud.
Y otro episodio
dentro de ese vacío
infantiloide
que debes aceptar
intermitente,
la descripción de un personaje
con flexibilidad: ser puente o río.
Inédito
El clavo
Todo lo revivido se estremece.
Repites las historias muy despacio
con los nombres del mundo de los muertos
pues lo bello, al final, resulta triste.
Las huidas sin carrera son la imagen
grotesca de los sueños, el agua que se escapa
entre las manos y, por eso, prefieres
cambiar aquellos nombres y lugares, dejar
sólo los hechos con los sentimientos
que arrastran.
Puede ser una señal
y casi te deslumbra.
En el dolor, no obstante,
el abrazo es más rápido que un cepo.
Ser uno mismo, sí, pero antes ser de otros.
De "Un intruso nos somete", 1997
El vigía
Veo en el horizonte un humo verde
reptando, caprichoso,
igual que una culebra entre las rocas.
Y cerca, en el camino a mitad de este sendero,
la verja vegetal que lo recubre
lujosa, decadente,
escarchadas y lánguidas
clarean unas ramas.
Parecen tensas venas que sujetan
a punto de partirse este paisaje
en la ventana de la fantasía.
Protege la muralla.
Y cómo cubre cárdena su imagen
y oscila en la penumbra,
cómo se pierde, y cómo se difunde.
Justo ahí donde empieza la escalera,
una escalera natural
de piedra, justo ahí es donde paro,
y me vuelvo otra vez.
Y aquí yo, y tú también,
ya nosotros.
Con miedo incluso, incluso
incertidumbre, en triple dirección.
Con la mano temblando al escribir
esta venérea milicia, noble
título, y mucho más real; pues sabemos
que no nos pertenece casi nada,
que todo es suyo y nuestro,
y que yo no soy nadie.
¿Algo es mío?
¿Cómo es posible ahora
escuchar su advertencia?
¿Cómo estar en lo cierto
y descifrar los símbolos osados
que la belleza desinteresada
rasga en nuestras imágenes?
¿Preguntas
indefinidamente sin respuesta?
Daré la voz de alarma
ante cualquier extraño movimiento.
Tengo explícitas órdenes
de tirar a matar.
De "El laberinto azul", 2001
Elegía
La noche es el escudo
que abarca su mirada,
la tierra que rodea
desde el riesgo a la tumba.
Ya amanece
en la posada del acantilado
donde cuelga un farol
y un letrero que gime en las tormentas
infernales de invierno.
Aquí vibra el dominio de la espada,
mano que empuña su destino
libre y que atraviesa
el territorio de la dignidad.
Yo prometo
la tierra de los sueños,
lejana de las leyes de los hombres
que ahora contemplamos.
Voz inerte,
viento, nostalgia. No te apresarán
los perros convocados que persiguen
el olor de una muerte fugitiva,
ni cederán el hambre, los pies siempre cansados,
la persistencia del dolor.
Yo sé
que este horizonte púrpura consigue,
como fuego y presagio,
el rastro insoportable de la cólera,
la luz de la esperanza.
De "Un intruso nos somete", 1997
Emoción breve
Por la escalera azul de la mañana
el deshollinador.
Su piel de escamas y sus cejas
serpentinas, felices
bailan. Todo podrá cambiarse,
dice. Nada me toca.
De "Crisis", 2007
Espacio
Llegas de cualquier sitio
y, elegido al azar,
sin mapas, sin señales,
el otro lado esconde la sorpresa
feliz y azul.
Entonces permanece la ruptura
intacta. Entonces fuera o dentro impide
su difusión.
El viaje trae un orden en cadena,
un movimiento ansioso que repite
su dispersa memoria:
ya nadie nos indica que el error
desconocido o su secreto
sirva robado y oprimido,
tiempo arenoso que se va.
Todo va a ser abandonado.
De "El laberinto azul", 2001
Espacio 2
Llegas a cualquier sitio
a través de un poema:
el mundo viaja solo, y tú también
en su infinita red de vanidades
te dejas arrastrar
por símbolos, deseos,
buscando su sabor
con recuerdos gastados.
No te canses. Tampoco insistas.
Para qué preocuparse.
Quien más quiere avanzar más retrocede
en este laberinto donde olvidas
el único color de los matices,
su frágil soledad difuminada,
y arrojas sus palabras al vacío
y al caos.
Nunca el caos, camino equivocado.
De "El laberinto azul", 2001
Flor pensativa
A Stéphanie Ameri
Entonces entender es la fractura,
otra omisión
que no se justifica.
Vas surgiendo
desvaída en el punto en que se rompe
aquel olor de hojas que la brisa
como una nueva explicación del mundo
distrae, alegremente.
Estás sentada.
Tan despeinada y pálida después
del esfuerzo infeliz y del trabajo.
No hay repetición.
Son nombres
que ofreces al azar y, sin embargo,
impensables sin esa compasión
que crece derramada por tu boca,
ese licor de la imprudencia.
Ahora
descansas. Estás sola.
Y es un filo brillante
que a todo da sentido, siempre ahí
desde lo más oscuro, sin ser dicho.
De "El laberinto azul", 2001
Galope
Lejos la extraña luz
que atraviesa la noche, y más extraña
la luz de los poemas, este espacio
tan breve que ilumina
hacia adentro y nos punza.
Como si la distancia
que apenas calculamos,
se desbocara sola
arrastrándonos fuera,
lejos de todo. Lejos.
Se parece al deseo
de ser nosotros, sí, nosotros mismos
ahora, mas no hay nada,
no hay almas.
Hay relojes
antiguos con delgadas manecillas
locas, y lentos medallones de oro
prendidos en tu pecho.
Como una inmensidad que nos rodea
sin sentido, a nada nos reduce
y abandona lo suyo.
La soledad es ciega y es salvaje.
Sujétate a sus crines despeinadas
y agárrate bien fuerte.
De "El laberinto azul", 2001
Tormentas breves
Se avecinan veloces
las nubes del oeste.
¡El agua buena comprimida!
Este refugio oscuro.
Nuestro dolor.
De "Crisis", 2007
Traición
Este mundo de enfrente se encarama
donde puede y es tuyo sin saberlo,
a tu vida traiciona sin buscarlo
y no tienes la culpa.
En el pasado
fuiste feliz con la tranquilidad
de aquellos sueños, todas las promesas:
habitaba en tu mente un bosque inmenso
y siempre te asombrabas
con el murmullo de las caracolas.
Te sentías seguro en sus manos, protegido
por la mirada noble y bondadosa del padre.
Detrás de su existencia sólo había
una debilidad única: tú.
Nunca
más brillarán los ojos como entonces,
víctima de una infancia
demasiado perfecta.
De "Un intruso nos somete", 1997
libro: Crisis
Pre-textos, Valencia 2007, 79 pp.
Metamorfosis de la palabra
Por Ángel Luis Luján
Fotografías: Antonio Lafarque
Stéphane Mallarmé vertió gran parte de sus ideas estéticas en una conferencia titulada «Crisis del verso». Entre otras cosas se podía leer allí: «ni lo sublime incoherente de la composición romántica ni esta unidad artificial, de antaño, medida en bloque para el libro. Todo se vuelve suspenso, disposición fragmentaria con alternancia o enfrentamiento, que contribuye al ritmo total, el cual sería el poema callado, a los blancos; solamente traducido, de alguna manera, por cada elemento de sustentación». La salida que buscaba Mallarmé a una poesía de corte romántico o puramente declamatoria (o prosódica al estilo de Victor Hugo) parece todavía vigente, y las palabras que acabo de citar cuadran perfectamente para describir gran parte de la poesía joven actual y en especial el libro que acaba de publicar Juan Carlos Abril.
Y es que la poesía, como tantas cosas fundamentales, siempre ha estado en crisis, ya que su cometido fundamental es situar al lenguaje en un espacio crítico por partida doble: el que observa a la realidad desde la mirada enjuiciadora de lo irrealizado y aquel en que el lenguaje empieza a señalar a su más allá; retomando a Mallarmé: «el verso que de varias vocablos confecciona una palabra total, nueva, extraña a la lengua y como incantatoria, acaba con el aislamiento de la palabra».
Juan Carlos Abril, con este libro, acertadamente titulado Crisis, lleva al lenguaje también a un punto de inflexión, al lugar donde la modernidad lírica alcanza un extremo a punto de caer en la irrepresentabilidad e incomuniación postmoderna o ser salvada en esa «palabra total» de que habla Mallarmé. El fragmento, la asociación suspendida o irracional, el juego de contrastes, la constante apelación a la tradición, son el signo externo de este combate en el seno de la historicidad de la lírica.
También en la evolución personal de Juan Carlos Abril este libro supone una crisis. De los poemas más figurativos, a veces en la estela del simbolismo, y de ambiente rural de Un intruso nos somete (1997, con reedición en 2004), el poeta pasó en el El laberinto azul (2001, accésit del premio Adonáis) a una expresión en que la frase larga, expansiva fundía varios niveles de representación haciendo del poema una caja cerrada de resonancias y sugerencias. Ahora, en Crisis, encontramos un brusco giro hacia la esencialidad y el despojamiento; la reflexión cede lugar a la sensación y la impresión instantánea, y lo figurativo se diluyen en un juego de correspondencias secretas y contrastes en yuxtaposición, generando un inquietante juego de voces y tensiones significativas.
El libro se estructura, a mi parecer, como un viaje hacia el mundo de los muertos, esa dimensión ininterpretable e inapelable de la existencia, partiendo de la estación del aire y la ciudad, que es el ámbito del deshollinador, pasando por el mundo vegetal, ya cerca de lo inorgánico, para desembocar finalmente en el agua de los muertos; un trayecto que tiene mucho del Eliot de The Waste Land.
Dos hilos conductores, uno de carácter sintáctico y otro temático, sirven para representar este viaje a las entrañas de la nada o de la totalidad (según se mire): la técnica del contraste y el tema de la metamorfosis. No dejan de ser, en realidad, dos caras de la misma moneda, ya que el contraste es la condición formal necesaria para que haya un cambio de estado, una metamorfosis.
El contraste, como técnica compositiva, recorre el libro de principio a fin. Buen ejemplo de ello son los emblemáticos dientes del deshollinador, un espacio absolutamente blanco en medio de la negrura, o la fusión de invierno y primavera que se da en «Súper andrógina» (p. 39). El contraste, que a veces llega a oposición («la realidad irrealizada», 61), se convierte en este poemario en un signo de continuidad paradójica ya que obliga al lector, debido al carácter fragmentario de la escritura, a buscar el puente que lleva de unas palabras a otras o de unas nociones a otras, como en el poema «Tormentas breves» (p. 15) en que pasamos de la amenaza de lluvia al dolor como un refugio. Lo vemos explícitamente en «Clases de lucha» (p. 27) cuyo título es ya todo un icono del juego de alusiones y transformaciones: «Cada viaje es el último / continuamente electrizado: / ¡su discontinuidad se anuda!»; el fenómeno mismo de la discontinuidad, el andar siempre de camino hacia algo, constituye una continuidad en constante crisis y ruptura. De hecho, el poema continúa con un elemento contrastante que ya no tiene que ver con el viaje: «en otra canción nueva», elemento de contraste que añade a la reflexión inicial existencial una dimensión metapoética.
La palabra, pues, se mueve en ese tránsito entre el sentido y su anulación o cambio de trayectoria al contacto con otras palabras; el lenguaje está en continuo movimiento, resbala sobre sí mismo, porque la realidad ya no puede presentar tampoco anclajes seguros para el significado. Ello viene expresado en la fórmula de opuestos: «Todo podrá cambiarse, / dice. Nada me toca» (p. 13). La realidad, y el lenguaje, están sometidos a un ciclo de cambio continuo porque nada puede ser atrapado. La palabra es un estado de excepción al que nada toca y su naturaleza es la pura indefinición que no necesita de nada externo para significar. De ahí la sensación de la lectura de este libro entre lo definitivo y lo inaprensible.
El tema de la metamorfosis comienza con la figura inaugural del deshollinador, ese ser híbrido descrito como un reptil: «Su piel de escamas y sus cejas / serpentinas, felices» (p. 13). Más tarde, en «Diseminación» los poemas se convierten en humo (17), que a su vez por paronomasia se transforma en el «humor» del siguiente poema. Nada permanece y todo se transforma y se funde: las palabras, la realidad sensible y los estados de ánimo. Las dimensiones de la experiencia están en continuo flujo. La «burbuja» del poema «Pacto» es el símbolo de lo que, como la escama, nos aísla y nos «reduce a lenguas puras» (p. 21), a un lenguaje intocado a la vez que nos metamorfosea en «una negra / moneda con su propia luz» (nuevo juego de transformación y alusión: moneda-mónada) de camino hacia una imposible continuidad «en el momento más feliz del día». O el sueño está clausurado o no significa nada, y con todo, la palabra tiende puentes. La luz, en sus diversas transformaciones, es otro de los símbolos recurrentes del poemario, es una luz veloz hecha gramática (p. 23), la luz de la tormenta, la luz del mediodía, la luz negra que arrojan algunas cosas, el prisma que convierte la luz natural en el espectro, igual que la palabra irisa los significados o los funde, depende de cómo orientemos su prisma.
Esta metamorfosis, el momento de crisis en que continuidad y ruptura se dan simultáneamente, afecta también a toda la tradición poética que es aquí recogida con una doble finalidad: la de poner de manifiesto el tema de la transformación y la de someterla a ella misma a transformación, dejando en claro su verdadera esencia de lenguaje cambiante y permanente a la vez. Así, la segunda parte del libro toma como lema la advertencia dantesca a la entrada del infierno: «Deja aquí toda esperanza», pero en el epígrafe que abre la sección aparece otra cita del Inferno: «Qui si convien lasciare ogni sospetto». El texto dantesco, como paradigma, es mostrado en su propia variación y movimiento, a la vez que sirve para reflejar la indeterminación del libro de Abril entre la actitud de confianza y de sospecha que afecta al lenguaje y al mundo.
Sumamente interesante en este sentido es toda esta segunda parte que, con sus imágenes vegetales, se convierte en una especie de deconstrucción de las Metamorfosis de Ovidio. Central es en esta parte el mito de Apolo y Dafne: «en la persecución seremos vegetales» (p. 43), que nos deja la inquietante pregunta: «¿Por qué las cosas se persiguen / con más placer que se disfrutan?» (p. 47). La idea de fuga y persecución que está en la base del mito es sometida aquí a un trabajo imaginativo que la pone en relación con lo absurdo de los fines: el prestigio, el deso de perdurar, pero a la vez, por la riqueza del lenguaje, con el género musical de la fuga y su correlato poético, dando paso al mito de Marsias, transformado por Apolo en flauta donde «algo se cumple / o se descifra» (p. 43).
Si corremos tras lo que nunca conseguiremos (y aquí el lenguaje de Abril recibe un poco de aquel espíritu alegórico y selvático de los libros medievales), la palabra misma debe estar también siempre en fuga, como demuestra el verso «Ver significa primavera» (p. 43). La huida y la metamorfosis del lenguaje estriba en que la historia ha convertido, accidentalmente, el término latino en una palabra española que ya no significa primavera. Toda una fábula sobre el sentido poético.
La tercera parte, titulada «Una matriz de histeria», con un nuevo juego etimológico, establece continuidad con la anterior a través de nuevo de una paronomasia: la «fotosíntesis» de lo vegetal es ahora la «fotografía» como resto, como metamorfosis engañosa de la luz. El tiempo es, no ya el momento solar de las selvas simbólicas, sino el del amanecer desolado, poblado de cadáveres, de total descreencia que hace hablar al poeta de «tópicas mariposas» (p. 57), y que desemboca en el espacio mítico de la laguna estigia, el agua de los muertos. La fuga se hace imposible, el hombre ha viajado desde el niño imaginativo que se podía extasiar ante la sonrisa del deshollinador hasta la madurez que clausura la juventud y los sueños: «Crece la juventud pudriéndose / en sueños donde se ahoga» (p. 67), y con todo existe una posibilidad de salir: «No te hundas, despierta» (p. 69), de que la inmersión en el agua de los muertos se convierta en un baño lustral del que resurgir transformado. Quizá lo que salva es la conciencia, ganada a lo largo del viaje, de la inestabilidad del todo, de que «nada hay eterno» (como se titula el epílogo), de que la totalidad está al mismo tiempo cerrada y abierta. Si la escritura pone de manifiesto lo fugaz e inatrapable de la vivencia, es al mismo tiempo una protección, un cierre en sí mismo, con lo que se enlaza con el inicio del poemario: «Nada me toca». Estamos en los umbrales de la elegía, entre la desasistencia del ser y el refugio de la escritura como sentido impuesto al mundo, y este libro, deconstructor de tantas cosas, ¿por qué no deconstructor de la elegía, ese cauce privilegiado de la poesía contemporánea? ¿Por qué no una elegía de la elegía?
Quedan tantas preguntas como sentidos se pueden extraer de este poemario magistralmente compuesto en metros endecasílabos, heptasílabos y un meritorio eneasílabo (pocas veces transitado en la poesía española) que aquí contribuye a esa sensación de indefinición, de lo que debería completarse hasta sonar como endecasílabo (el metro rey) pero que se detiene y se cierra en sí mismo antes de tiempo. La tradición métrica se somete, así, también a transformaciones al servicio de un verso altamente imaginativo, lleno de rupturas que se abren a lo innombrable y de momentos de patente plenitud.Josep María Rodríguez y Juan Carlos Abril (La Estación Azul)
Juan Carlos Abril nos habla de la antología de poesía joven 'Deshabitados', en la que se estudian las estéticas de los últimos años y se recogen algunos de los creadores más interesantes del momento.